¡I'm alive, melómanos!
Hoy día llega la ya acostumbrada −y retardada− recomendación musical de la semana, tarde o temprano, acá estamos.
Mi máquina me sigue jugando malas pasadas, se calienta rápidamente y muere. Días malos los tenemos todos; sobre todo cuando lo empiezas levantándote a las 04:30 hrs. para ir a trabajar, y en esta ocasión es más pesado porque se acaba de ajustar al horario de verano; te alistas en la oscuridad y pisas algún juguete puntiagudo de gato, te repones adolorido y tropiezas con el ventilador −sí, con el dedo meñique−; te lavas la cara, te afeitas y en vez de echarte loción aftershave tomas por error el enjuague bucal, dándote cuenta del fallo cuando ya tienes la nariz craquelada por el olor del susodicho producto.
Sales de casa rumbo al laburo, tomas el microbús mañanero, tarda muchísimo y el que aparece es una réplica a escala de una disco reggaetonera, con el volumen a todo lo que da. Tienes que soplarte toda la colección de tan delicados temas en que prevalecen canciones explícitamente sexuales y misóginas cantadas con un falso acento caribeño.
El camino se ve interrumpido en un tramo, el tránsito está paralizado por un accidente, se observa un muerto a la distancia. El chofer cambia de disco, tengo ligeras esperanzas de que sea algo más digerible, quizá una salsa, posiblemente una cumbia; pero no este día, la radio reproduce más reggaetón.
Después de aquella aventura (que no es más bonita) llegas al trabajo, te regañan por la tardanza; el sistema no funciona, tratas de entrar al Internet para pasar el rato y te percatas de que te bloquearon Facebook y YouTube (con acta administrativa de por medio por haberlo usado). Se acabaron las reservas de café. El día pinta para más largo.
Salida, no todo es tan malo, ¡hoy es día de paga! Vas a cobrar. Llegas al cajero y, ¡oh, sorpresa! Sólo depositaron el 35% de tu ya escueto sueldo.
Paciencia, la santa paciencia. Te vas a descansar, añorando la apacible tranquilidad que sólo el hogar te puede brindar. Llegas al cubil portando un hambre de vikingo post-batalla, abres el refrigerador y no hay más comida que un trozo de lechuga de hace semanas y piensas −con total objetividad: “¡qué día de shit! Sólo falta que me mee un perro”, y a falta de caninos, buenos son los mininos y recibes el certero chisguetazo de un felino, justo en el pantalón, zona de la ingle.
Te calmas, enciendes la máquina para escribir este post y desfogar un tanto el mal día, esto por medio de unas inspiradas líneas, cual pincelazos y…
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(Sí, se apagó la lap).
Son de esos días que piensas que hubo una conjunción cósmica negativa, algún capricho del azar, que no debiste salir y que realmente es fácil pensar en que hay “algo” en tu contra. No es posible tanta mala suerte.
Todas las catástrofes que les narro líneas arriba realmente me han llegado a suceder, pero no todo el paquete el mismo día, sólo quería dramatizar un tanto para calzar bien con el mensaje de hoy. Días malos siempre habrán y, al parecer, esa “carga negativa” nos atrae más infortunio y calamidades dignas del personaje Mala Suerte de Los Picapiedra. Pero la verdad es que tendemos a maximizar los daños e incluso somos dados a buscar patrones, coincidencias; donde trabaja a más no poder nuestra memoria selectiva y, por lo visto, es un rasgo característico de nuestra especie humana y va de la mano con nuestro pensamiento mágico-religioso.
Sixto Rodríguez
Quizá mi distópico día hubiera sido distinto si hubiera cargado un amuleto, digamos, una pata de conejo, una astilla de la cruz de Cristo, un ekeko, agua del río Jordán, cargar con un kilo de huairuros en cada bolsillo del pantalón, un ojo turco, un trébol de cuatro hojas, una prenda interior amarilla (triplicando su efecto si es en Año Nuevo), monedas chinas, portar una herradura de equino (potenciando su efecto si le perteneció a un caballo ganador de algún derby), una figura de acción de E.T., una imagen de Buda, uno de esos gatos chinos que mueven su brazo, un tanto al saludo nacionalsocialista; etcétera, cualquier elemento asociado a la suerte en su cultura de residencia.
O, por otro lado, se hubiera potenciado la mala vibra si me hubiese cruzado con un panteón en el camino, si se me cae la sal en la mesa, si es que era viernes 13, si se me cruza un gato negro (eso sí me ha ocurrido en uno de mis nefastos días), si me canta la paca paca o si cruzo debajo de una escalera; o cualquier elemento negativo que corresponda a su creencia cosmogónica, referente a la fortuna y el destino. Bueno, quizá debí leer mi horóscopo antes de salir.
Nos centramos más en las coincidencias que en las diferencias para definir un hecho como “milagroso” o “paranormal”. Como el caso del pseudo-psíquico que adivina tres de diez opciones en una prueba de dibujos ocultos, pero se aprecia más que haya acertado tres opciones, pesa más que los siete errores. ¿Por qué tenemos ese potente afán de tener que creer en algo? Incluso en la ciencia, éste ya es escenario de mesías y dogmas.
Y bueno, la canción que les traigo el día de hoy es de un artista que ha dado que hablar últimamente, es un caso muy extraño y puede rayar en la mala suerte: Sixto Rodríguez. Éste es un compositor de origen latino −obviamente− asentado en Detroit, poseedor de un gran talento para la guitarra, su fuerte radica en sus contundentes letras, verdaderos poema, directos, con un aire místico y profético.
Al inicio de la década de los setenta vendió un aproximado de seis copias en Estados Unidos, un total fiasco comercial. Pero “milagrosamente” alguien llevó una de aquellas seis copias a Sudáfrica. Este material es copiado y se pasa de mano en mano en el mercado negro; hay versiones "oficiales" y ya se puede hablar de un rotundo éxito. Se vendieron millones de copias y su música fue el himno del movimiento anti-apartheid sudafricano. Lo triste es que Sixto nunca supo del éxito obtenido en lejanas tierras, que incluían a Nueva Zelanda, Australia y a la ya extinta Rhodesia.
De la misma manera, nadie en Sudáfrica sabía algo de la persona que aportaba el soundtrack a su movimiento de liberación. Sólo corrían rumores de que ya había muerto y una de las versiones es que se prendió fuego mientras realizaba una presentación en vivo en un bar de mala muerte. Si les interesa saber el final de la historia, pueden ver el documental: Searching for Sugar Man.
En esta ocasión comparto la canción "‘cause" de su disco Coming from Reality de 1971. Dicha canción comienza con una frase trágica: 'cause i lost my job two weeks before Christmas, situación que en ese momento era una simple metáfora, luego le ocurrió en la vida real (en el rubro de la construcción), lo de profético iba en serio.
Y eso es todo por el momento, disculpen la tardanza y les mando muchas buenas vibras para que su suerte mejore.
Pd: Como yapa viene la canción más icónica del buen Sixto: "Sugar man".